martes, 12 de febrero de 2013

Don't look back in anger


El día que Ernesto se paró a hablar conmigo le reconocí enseguida, era un tipo que solía quedarse escuchando siempre que tocaba en aquella boca de metro, muy generoso con la calderilla que me dejaba en la funda de la guitarra.

- Me llamo Roberto, dije mientras me estrechaba fuerte la mano – ¿sabes que eres mi mejor espectador?

Me invitó a tomar un café en el bar de enfrente, según él tenía que proponerme algo que no podría rechazar. Al parecer mi nuevo amigo tenía un pub de estilo inglés en la zona sur de la ciudad y le gustaba tener música en directo para ambientar las cenas; la chica que solía tocar martes y jueves le había dejado tirado una semana antes y automáticamente pensó en mí, el músico callejero del metro. Me apuntó en una servilleta la dirección y me pidió que me presentara al día siguiente, sobre las seis de la tarde para hacer una prueba y conocer el pub. No, no podía rechazar la oferta; era una oportunidad única para darme a conocer y tener algo parecido a un sueldo.

Foto de Luis Ramiro (Desconozco el fotógrafo.)
Llegué antes de la hora, el pub todavía no estaba abierto al público, pero me colé por debajo del cierre. En mitad de la sala había una camarera barriendo al son de “Don’t look back in anger” sumamente ensimismada en su tarea, tanto, que no se percató de mi presencia. No quise interrumpir su actuación pues era una auténtica delicia observarla; todos hemos utilizado escobas y fregonas como micrófono alguna vez, pero estoy seguro de que jamás nadie lo ha hecho con tal maestría. Antes de que se acabara el tema, Ernesto irrumpió en la escena y me presentó a su novia, Marta.

- Me llamo Roberto, dije mientras besaba sus mejillas. – ¿Sabes que eres toda una artista?

Marta, visiblemente sonrojada, siguió con sus quehaceres y yo no pude evitar sentirme decepcionado al saber que no estaba disponible.

Tras la prueba, Ernesto, Marta y el resto del personal, quedaron encantados y me contrataron para empezar a trabajar el martes siguiente. En un par de semanas Marta desbancó a Ernesto, convirtiéndose en mi mejor espectadora. He de confesar que me ponía tremendamente nervioso cuando me observaba detenidamente desde la barra; no estaba seguro si sólo veía lo que yo quería ver o si realmente tonteaba conmigo. Tenía que reprimirme las ganas de tirarle los trastos abiertamente, utilizaba mi respeto por Ernesto como barrera de contención.

Cuando terminábamos de trabajar y recoger, íbamos todos juntos a los after-hours más decrépitos de la ciudad y entre copas y descuidos de Ernesto, Marta se volcaba en atenciones conmigo; con los días se fue haciendo obvio que no era sólo mi imaginación y que aquella mujer me buscaba con el mismo ímpetu con el que yo intentaba evitarla. Su encantadora personalidad, sus ojos negros capaces de dejarme sin respiración, se convirtieron en la musa de todas mis composiciones.

El bueno de Ernesto, totalmente ajeno al vínculo que se formaba entre su compañera y un servidor, me propuso que la invitara a compartir algún tema conmigo en el escenario; creía que la voz de Marta sería el mejor acompañamiento para mi guitarra, que mis letras parecían encajar perfectamente con su genio y estilo.

La noche en la que cantamos juntos, fue, sin duda, la vez que más he disfrutado tocando. Por muy cursi que pueda sonar, sentí que el suelo se volvía pentagrama y que las notas cobraban vida en su voz. Supe que si la besaba me enamoraría de ella. Tras las felicitaciones y las miles de copas de más que nos bebimos aquella noche, Marta y yo amanecimos paseando los dos solos por la ciudad; Ernesto se había retirado muy cansado, un par de horas antes dejándola en mis buenas manos, para que cuidara de que ningún buitre se acercara a su preciosa novia.

Mis sentimientos traicionaban toda la confianza que mi “manager” tenía depositada en mí. La culpabilidad no me dejaba dar el paso que me separaba de mis deseos, me sentía tan a gusto en su compañía que olvidaba quien era su pareja, pero en cuanto lo recordaba, su presencia me incomodaba; realmente nos llevábamos muy bien, nunca nos faltaba la conversación y parecíamos conectar y encajar. Sentados en un banco, viendo a la gente pasar, Marta se dejó llevar y me besó.

Terminamos la mañana en mi hostal, desnudos, preguntándonos que hacer a partir de ese momento, como comunicarle a Ernesto lo que había pasado. Marta recogió sus cosas y decidió ir a hablar con él, dejar pasar un solo minuto más no era justo para ninguno de los tres; yo me quedé encerrado en mi habitación componiendo otra canción más en su honor.

Unas horas después sonó el teléfono, era Ernesto preguntando por ella, preocupado porque su chica todavía no había regresado y su móvil no daba señal. Me asusté tanto como lo estaba él, pues vivíamos sólo a un par de manzanas, y Marta tenía que haber llegado hacía largo rato. Fui corriendo a acompañarlo mientras llamaba a todos los hospitales.

Mi versión de la mañana fue un largo y tardío desayuno, tras el cual nos habíamos despedido para dormir cada uno en su propia cama. Cuando llegué al apartamento lo encontré sollozando y temblando, era un poco tremendista, pero no era propio de Marta desaparecer así; realmente yo sabía que tenía razones de sobra para estar perdida por la ciudad y me tranquilizaba la idea de que, asustada por tener que enfrentarse a su ruptura, se habría quedado en un parque o en un bar intentando poner sus ideas en orden. Supongo que eso era lo que realmente me apetecía hacer a mí.

Pocos minutos después de mi llegada, una pareja de la policía llamó al timbre. Ernesto se derrumbó y yo me quedé petrificado ante lo que era la confirmación de todos sus temores, Marta había sido atropellada por un conductor que se había dado a la fuga, muriendo en la ambulancia de camino al hospital.

Han pasado dos años desde el accidente. Ernesto consiguió reponerse con muchos esfuerzos; para mí, pasar el duelo a su lado, fue el mejor apoyo que pude tener. Por fin estoy grabando mi primer disco, y él es mi manager oficial, por supuesto que sigo tocando cada martes y jueves en el pub. Me he planteado cientos de veces contarle lo que pasó aquella noche, pero no me atrevo; me justifico convenciéndome que sería ocasionarle daño gratuito. En un principio me guardó rencor por no haber acompañado a su niña hasta el portal, pero tal y como él me dijo en una ocasión: “son cosas que pasan, no podemos mirar hacia atrás con ira, sólo hacia delante con esperanza”.

Hace unas semanas empezó a trabajar con nosotros Carolina, la mujer con la que Ernesto ha rehecho su vida; Carolina, mi nueva mejor espectadora. La conocí en una comida que organizó mi amigo en su apartamento, cuando llegué estaba en la cocina; en la radio sonaba “Don’t look back in anger” mientras ella la tarareaba con dulzura.

- Me llamo Roberto, dije mientras me acercaba a saludarla. – ¿Sabes que acabo de tener un déjà-vu?

Ester Sinatxe.
(12-01-2011)


Este relato surge hace un par de años de un proyecto junto a Julio Muñoz, llamado "Mundos paralelos" en el que cada cual escribía un relato partiendo de las mismas pautas. Las que usé para este relato fueron:
1. Roberto, toca la guitarra en calles, metros, donde puede.
2. Conoce a un tipo, Ernesto, que se ofrece a ayudarle haciéndole un hueco en su garito.
3. Marta, camarera y novia de Ernesto se fija en él.



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