martes, 27 de mayo de 2014

La mochila de Mara


Eso no era vida, se repitió por enésima vez a sí misma mientras se desmaquillaba. No era la primera vez que se miraba al espejo con ojos llorosos, vacíos, oyendo correr el grifo del lavabo tan lejano, tan ajeno a sus pensamientos, que parecía que observaba la escena desde la puerta del baño, sin querer reconocerse.
Llevaba un año sumergida en una historia que no tenía sentido alguno, que nunca debió empezar y que ya no sabía cómo parar. Las ideas daban vueltas en su cabeza, tan rápido, que tuvo que agarrarse con fuerza al lavabo para intentar parar el mundo, el tiempo y su agitada respiración. Para apagar sus sollozos.
Volvía a mirarse a sí misma desde fuera mientras insistía en el propósito de acabar con todas las mentiras, con ocultar sentimientos y esconder una doble vida que la apuñalaba una y otra vez.
Armando se había convertido en un todo para ella, era su amigo, su corazón y su perdición. Y otra vez la había dejado tirada en el último momento; otra noche más en la que, ya terminada de arreglar, había estado esperando cigarro tras cigarro a que él apareciera. Aquella noche en concreto era su aniversario, y como siempre se había estado engañando toda la tarde; emocionada se puso el modelito que había comprado para la ocasión, se maquilló convencida de que su querido Armando llegaría a buscarla a su hora con algún regalo y un ramo de claveles rojos y blancos; esta vez no faltaría a su encuentro porque él adoraba a su alma gemela y sería incapaz de lastimarla en un día tan señalado…
Se conocieron por casualidad, tomando café en el Starbucks de Plaza de España, en aquel lluvioso día de Septiembre; ella contemplaba las vistas que la segunda planta de aquel establecimiento ofrecían de su rincón favorito de Madrid, la amenaza de la llegada del otoño le habían impedido disfrutar de su capuchino con chocolate en el césped, como solía hacer durante el verano. Su cuaderno descansaba en su regazo mientras rebuscaba en las gotas que mojaban el cristal, palabras que rimaran con olvido.
Armando apareció de la nada, devolviéndola de golpe a la realidad; quería saber si el sofá en el que reposaban su abrigo y mochila de cuero estaba ocupado; parecía ser el único sitio libre del local. Retiró sus cosas para que aquel desconocido pudiera compartir mesa con ella. Como comenzaron a hablar no lo recordaba, pero sí podía describir perfectamente la sensación de desconsuelo que la invadió al fijarse en que el guapo y carismático caballero, que le estaba haciendo compañía, lucía un anillo en su anular.
Cuando él le entregó su tarjeta antes de despedirse con un “llámame algún día para tomarnos juntos otro café tan delicioso”, ella se juró romperla.
Dos días más tarde habían quedado para dar una vuelta por el centro de Madrid, él no hizo comentario alguno acerca de su estado civil, aunque en todo momento se percató de cómo Mara echaba miradas inquisitorias a su anillo. Mejor no decir nada, no prometer nada, mejor sólo disfrutar de aquellas horas en tan grata compañía. A la mañana siguiente, en su despedida, ella se volvió a prometer romper la tarjeta y él se aseguró de que ningún tipo de pacto se sellara con aquel beso.
Mara volvió a mirarse al espejo, a observarse desde fuera; a agarrarse al lavabo, preguntándose por qué no había roto la tarjeta. Un año después seguían juntos y en las noches que habían pasado juntos las conversaciones sobre el futuro se habían entrelazado con sus cuerpos.
Armando no siempre podía escaparse o tenía que abandonarla en mitad de la noche para volver con su mujer; contaba historias sobre lo mal que funcionaba su matrimonio, y aseguraba que de quien estaba realmente enamorado era de ella. Era capaz de detallar mil clichés más que le hacían sentir parte de una pésima telenovela sobre triángulos amorosos. Mara ya no buscaba palabras que rimaran en sus poesías y había dejado de ser feliz; ya no existía aquella grandiosa mujer capaz de mirar desafiante al destino y manejarlo a su antojo, era víctima de sus propias circunstancias que la dejaban sin fuerzas para luchar por algo que no fuera aquella supuesta relación.

Una vez que se terminó de desmaquillar, guardó su precioso vestido y se puso el pijama. Decidió empezar y acabar la botella de ron que había comprado para cuando regresaran de su cena; la vieja y reiterativo juramento de acabar con ese amor la martilleó toda la noche. Su alter ego que observaba silencioso desde la puerta dibujó una mueca en su cara, una especie de sonrisa condescendiente; sabía perfectamente que cuando Armando volviera a llamar, aquella borracha tirada en el sofá, volvería a vestirse con su mejor sonrisa y maquillarse con todas las promesas que nunca debieron hacerse.


sábado, 24 de mayo de 2014

No te quiero


No sos vos, ni sos nos, ni nada que se le parezca.
Y nada es nada y eso ya es algo, por mucho que te duela, nada ya es más que .
Y es que a cada reflejo hay que darle un espejo para poder verlo, y vos no sos ni sombra.

Algo fuiste y algo quisiste ser, pero te saltaste la lección de cómo conjugar verbos en presente.
Con jugar con palabras no es suficiente. (Y , tan autosuficiente, siempre sobresaliente en lenguas ajenas, te quedaste muy deficiente con tu 1+1 = demasiadas personas)

Sos una llamada de auxilio en el naufragio de tierra adentro.

Eres nada. "Y quien nada no se ahoga" decía mi abuela. Así que nada, que nada hay en este océano que nos separa. 



Ester Sinatxe.
(18-11-2013)